martes, 3 de julio de 2007

Crítica Literaria de Eduardo Barrios

“Miltín”, por Juan Emar

Nos hallamos delante de un escritor nuevo. No confundamos con novel: Juan Emar, tal como su libro, son nuevos de novedad. Fuera de lo clásico, de lo usual, de lo normal, hasta de lo equilibrado. Hasta el propio Juan Emar ha dicho que “el arte existe como un medio más para que el hombre se realice; amplíe su campo de visión y compresión, ajeno, totalmente ajeno, a sus pequeñas miserias cotidianas”. Y eso nos da la llave para entrar en su cercado.

…Pues bien, he aquí el arte de Juan Emar. “Miltín” no es un más que una larga conversación de esa índole, pintoresca, graciosa, fantástica, a veces infantil, a veces caótica y trastornadora como un vértigo de la imaginación, pero tan densa de sugerencias, de juicio sutil, de mordacidad y de sensaciones ajenas a lo cotidiano, tan “realizador” en los extramuros de lo convenido como normal que nos revela un mundo artístico nuevo. Por momentos –y no puede suceder otra cosa- este arte nos parece deforme. Si no nos interesamos lo bastante por él, si no le damos la suma paciencia que la comprensión de lo inusitado requiere, esa aparente deformidad nos causará el efecto de una cháchara de manicomio, en la que se oyen cosas divertidas, disparatadas y, sin embargo, sorprendentes de razón a cada instante. Leyendo “Miltín” en tal estado de ánimo, nos exponemos a negarle calidad artística. Pero si le prestamos todo el esfuerzo analítico que exige lo nuevo, no tardamos en reconocer que allí lo deforme obedece a un sistema premeditado, a una voluntad de arte dirigida hacia una nueva forma de manifestarse, forma que se ha visto precisada a encontrar un hombre que ya había hallado otro medio de realizarse. En todo caso, nos probará que estamos delante de un arte nuevo, arte indiscutible, el sólo hecho de que, si bien nos atrevimos a decir de él que es deforme, no podríamos decir que es informe.

De este arte a manera de juego inocente, surgen desde luego dos virtudes que se constatan en “Miltín”: una amenidad de humorismo intrigador y un simbolismo casual. Nos reímos casi constantemente y, a cada rato, los personajes y sus actuaciones, aunque el autor no haya querido simbolizar nada con ellos, nosotros le aplicamos a la realidad observada. Ejemplo típico: la historia de Perenqueques.

Y perdóneseme que no haya tratado en pormenores el libro. Es corto el espacio y era más tentador de la estética de Juan Emar. Estética nueva, sobremanera interesante, imposible de inadvertir en el comentario. Para pormenores está el libro mismo, con toda su amenidad, su multiplicidad, su libertar desconcertante, aun con su insolencia y sus desahogos procaces. No creo que el lector chileno haya leído ni entre lo nacional ni entre lo extranjero nada parecido.

Las Últimas Noticias

26 de junio, 1935

No hay comentarios.: