jueves, 17 de mayo de 2007

La última distracción

por Federico Boutet

Dominado por uno de los problemas que tenía que resolver en su laboratorio, Claudio Listinec volvió a su casa a pie, sin darse cuenta de la pesada lluvia que caía.
―¡Cómo vienes de mojado! ―le dijo Cecilia, su mujer―. Estás convertido en una sopa.
―¡Ah!... pero, ¿llueve?... No lo había advertido.
―iQué distraído eres!...
Y al decir esto, su mujer le besó amorosamente y le despojó del abrigo que, en verdad, estaba chorreando. Comieron y en cuanto tomaron el café, Claudio se levantó como todas las noches.
―Voy a mi gabinete. Tengo que trabajar ―le dijo a su mujercita.

Cuatro años hacía que se habían casado y desde entonces, noche a noche, se repetía la misma escena. Al terminar de comer, el marido se ponía a trabajar en su escritorio hasta horas avanzadas de la madrugada.
Unos minutos después volvió a aparecer Claudio, llamando a la criada:
―Mis zapatillas… ¿Dónde están mis zapatillas? ―preguntó.
La criada salió a buscarlas precipitadamente. También hizo lo mismo su esposa, que se encontró con él en el corredor.
―¿Qué te pasa?
―Llevo más de un cuarto de hora buscando las zapatillas y no las encuentro… ¡Qué molestia!
―Pero si las tienes en los pies.
Era verdad.
―Cada día eres más distraído ―le dijo su esposa―. No sé a donde iremos a parar. Parece mentira… ¡Un hombre tan joven!...
―Soy menos distraído de lo que imaginas, repuso Claudio algo molesto.
―¡Menos distraído!... Si sales a la calle, lo haces muchas veces sin la corbata; si quedamos de ir a alguna visita, se te olvida venir a buscarme. ¿Quieres más?

En efecto; todas las mañanas le sacaba del bolsillo del pantalón una pequeña suma, con lo que al cabo del tiempo tenía pensado comprarle un reloj de oro. Esto iba a ser para Claudio la mejor prueba de sus distracciones.
Pasaron los días, las semanas y los meses. La cantidad de que Cecilia había conseguido apoderarse aumentaba rápidamente y, a medida que aumentaba, disminuía la intención de comprarle un reloj a su esposo. Se hacía cada vez más intensa su ansia de tener un abrigo de pieles.
Y llegó Diciembre, la época en que Claudio tenía la costumbre de hacer un obsequio en metálico a su mujer. Pero no pareció recordar semejante cosa.
―Será otra distracción más ―se dijo Cecilia―. En fin, yo se lo recordaré.
Y esa misma noche le dijo:
―Claudio, veo que ya no soy para ti lo que era antes. ¿Te has olvidado del regalo anual? Ya no te preocupas de mí.
Y al decir esto, sus ojos se llenaron de lágrimas. Claudio contestó:
―No tienes razón para hablarme así. Te aseguro que no me he olvidado del regalo. Desde el famoso día de las zapatillas, tomé la resolución de no molestarte más, de no ser siempre un hombre distraído. Por lo tanto, he ido sumando cuidadosamente el dinero que me has sacado del pantalón. Debes tener unos dos mil francos, ¿no es cierto?
―Antes eras un distraído, pero ahora eres un hipócrita ―chilló ella. Y llorando a lágrima viva fue a encerrarse en su cuarto.

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"En Viaje" Revista Mensual de los FF.CC. del Estado (Chile)
Noviembre de 1933. Año I - Nº 1 - página 13

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