martes, 12 de junio de 2007

El alma de la fiesta

¿Somos realmente el país más fome en la faz de la tierra?

Por qué nos envejecemos tanto

Un viajero norteamericano que visitó Santiago más o menos hace un año, ha escrito en un magazíne cuyo nombre no recordamos, estas líneas:
- “Sentimos mucho no poder observar a la población en un día normal, en que todo el mundo se sintiera de buen humor. Los tres días que permanecimos en Santiago, pesaba una grave preocupación sobre la ciudad. Los hombres marchaban con la cabeza baja y el ceño duro. Aún la gente joven que salía de los clubes y bares, iba triste y silenciosa. En la puerta de la principal institución social, Club de la Unión, se agrupaban algunas personas que lo miraban todo con verdadera ira en el rostro. Un hermoso paseo, el Parque Cousiño, parecía campo de salud para enfermos, tal era el gesto resignado y severo que se veía en la damas más hermosas, que seguramente hacían ese paseo por prescripción médica”.

Las observaciones de este turista, son exactas seguramente, pero, a nuestro juicio, no pesaba entonces ninguna preocupación sobre Santiago. Habitualmente en Chile todo el mundo está de mal humor. En las calles jamás se ve una sonrisa; las hijas de familia reciben instrucciones de sus madres para ir erguidas como cisnes y sin jamás reírse para que no les falten en respeto; los estudiantes universitarios no gritan, no juegan, no levantan la voz, no se sublevan, no le pegan a los profesores; los ebrios mismos o pronuncian discursos o pelean, o lloran, pero jamás cantan o se ríen. Una fiesta nacional o termina a bofetadas y botellazos o en un silencio general precursor de tempestad. Jamás un coro, uno de esos coros entusiastas que todos los países civilizados tienen para cuando se juntan hombres y están contentos. Aquí se estima simpleza que un hombre mayor de veinte años cante en voz alta.
Si aún vamos a observar al compañero del hombre –al perro- que suele tomar algo del carácter de su país…hay que notar que jamás dos perros del país, finos u ordinarios, se junta sin lanzar un mutuo gruñido de mal humor y hasta amenaza.
Alguien ha dicho que los países montañosos son tristes. Pero el mal humor, la irascibilidad ¿cómo se explicarían?
Cuando vemos a hombres de cuarenta años que representan más de cincuenta, mujeres de cincuenta que parecen ancianas de hospicio; cuando observamos que el que va a Europa vuelve con menos arrugas, más liviano, mejor equilibrado ¿cómo resistir la tentación de explicarse el curioso misterio?

Joaquín Díaz Garcés
Nuevas Páginas Chilenas
Santiago, 1946

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