domingo, 3 de junio de 2007

La defensa del pelambre

Para muchas personas, el pelambre es una palabra fea, una conversación mal intencionada que llevan a cabo los demás, pero nosotros nunca. La verdad es que todo el mundo rumorea aunque no lo reconozca y que pelambre sólo significa según el diccionario: “Conversación despreocupada, no siempre verdadera, acerca de otras personas y de sus cosas”. ¿Qué hay de bueno en ello? Se preguntarán ustedes. Pues tiene muchas ventajas según la famosa psiquiatra norteamericana Joyce Brothers quien afirma: “En primer lugar permite satisfacer la imperiosa necesidad del ser humano de comunicarse unos con otros. Ello sería difícil de realizar si nuestras conversaciones tuviesen que limitarse a cosas abstractas, como hablar del tiempo, por ejemplo.

En cambio, a todo el mundo le encanta hablar y escuchar acerca de otra gente. Y lo hacemos todo el tiempo, a veces sin darnos cuenta”. Esa es una verdad que no podemos negar: todos “pelan”. Pero es necesario hacer una distinción entre el pelambre despreocupado y aquel que es mal intencionado, el cual es practicado por personas frustradas y que se vengan hablando mal de los demás, o son personas tan inseguras de sí mismas que necesitan inventar cosas, entre más escandalosas mejor, para llamar la atención y sentirse importantes. El distinguido psicólogo Harvar Gordon Alpont deja al descubrimiento a estos “peladores” al declarar: “El pelambre es un buen índice para medir los temores, frustraciones, ambiciones e inseguridades de un individuo”.

Otro punto que deja en claro la joven doctora Brothers es que el pelambre no es sólo una actividad femenina. Eso si que como las mujeres hablan más rápido (su promedio es un 25 por ciento más rápido), están en condiciones de “pelar” más por minuto. Los hombres no reconocen que son “peladores”, ellos sólo tienen serias conversaciones de negocios: “Quién recibió un aumento de sueldo y por qué, cuánto gana el jefe, las conquistas de la secretaria”, son los temas de conversación entre los hombres y, por supuesto, ellos afirman que eso no es “pelambre”. Como vimos, el pelambre mal intencionado es una verdad neurótica. El que defendemos es el otro, esa conversación inocente, aunque salpicada con un poco de malicia, que nos entretiene, nos divierte, resulta gratis y ayuda a que el mundo siga su curso.

Beatriz Contreras O.
Revista "Mi Vida" 1968.

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