miércoles, 30 de mayo de 2007

Boca Bien Cerrada - si su marido le saca la cresta no se queje, si le regala flores tampoco

Secretos para un matrimonio exitoso
Trataré con sencillez y franqueza sobre la vida del matrimonio, de su éxito o fracaso.
Pienso dirigirme a los esposos y esposas, al hombre de quien depende tanto la felicidad del hogar como de su esposa a quien la ama y respeta. Sin embargo tantas veces descuida de su bienestar.
Hago esta explicación porque, aún cuando la formación de un hogar depende de dos, es la esposa la que con su supervigilancia y esmero proporciona las comodidades y hace el agrada de su casa.
Empezaré p0or dirigirme a los esposos:
Amigo mío, no arriesgue su felicidad por descuidar las pequeñas atenciones a su esposa que acostumbra ofrecerle con frecuencia antes del matrimonio.
He conocido a muchos hombres que habrían dado su vida por sus esposas si fuera necesario, sin embargo olvidaban constantemente todas las reglas de cortesía. Sus maneras han sido tan desatentas que más de una de ellas, herida en su orgullo se preguntaba en el interior de su corazón: ¿Qué se había hecho el amor de su menor descortesía de su marido en presencia de extraños. Esta regla no tiene excepción. Si la comida es buena y la mesa está linda, hágale un cumplido a su esposa y por el contrario si otro día la cocinera ha echado a perder la comida, desatiéndase, pues puede este seguro que la molestia es mayor para la señora.
La felicidad depende en parte de pequeñeces; así es que no hay que descuidar en ningún sentido la sensibilidad y delicadeza de su esposa. Desgraciadamente son muy numerosos los hombres que ignoran hasta demasiado tarde, que la felicidad de la mujer depende más de pequeñas cosas que parecen nimiedades, que de grandes actos de devoción que ocurren rara vez en la vida. Consejos a las esposas:
Un señor Chesterton en un libro recién publicado observa que la felicidad suprema del matrimonio no empieza hasta después de la luna de miel.
Hablemos en confianza con la esposa, quien después de pasada la pompa y el lujo de la ceremonia se prepara para pasar la vida de dulzura y felicidad.
Ahora que usted posee la dignidad de esposa, mi primer consejo es, que ya que es esposa no abandone, ni olvide la preciosa reserva que fue suya cuando era doncella, que no se permita aparecer como greda común después de haber sido siempre porcelana fina; no deje de dar la misma recepción cortés y graciosa bienvenida con que recibía al amante. No descuide su persona; ponga esmero en el peinado y toilette. En sus chiffones y zapatos, acostúmbrese a arreglarse con esmero, como deber de conciencia. No quejarse jamás a extraños. No tener confidencias con nadie, si su Juan la ofende. Si es que tiene agravios no los confíe, ni a madre, ni a tía, ni a su amiga más querida. Su hogar debe de ser un santuario no debe quejarse ante cualquier sufrimiento que él le ocasiona.
Bien sé que eso es muy difícil, pero también sé que desde el momento que una esposa se permite quejarse de su marido a extraños, ella hecha por tierra un baluarte inexpugnable y abre camino para que entre todas clases de sinsabores al campo del hogar. Tampoco hay que ser demasiado sumisa y sin espíritu, ni sufrir en silencio, de modo que el buen esposo se convierta inconscientemente en un tirano doméstico; pues la consecuencia de un marido déspota y una esposa demasiado humilde, es la muerte del amor conyugal.
Sea como fuere, no regañes ni andes con murria. No se desconsuele si su marido llega atrasado a la hora de comer, ni se oponga si trae un amigo a comer de improviso; en ese caso recíbalo con el mayor agrado; disimulando las fallas que pueden haber, pero sin excusas ni turbación.
Trate que el esposo le dé una suma fija para el gasto de la casa y ponga todo esmero en no contraer deudas.
Manifestar agrado con los regalos.
No hay que regañar a Juan cuando lleve cajas de bombones o flores; al contrario, se deben recibir los regalos con expresiones de agrado. Muchas esposas por motivos de economías reprimen en los maridos el gusto de llegar con regalitos, pero casi siempre es un error; economice en cualquier otra cosa, pero menos en detener los regalos de Juan para usted.
No hay que preocuparse demasiado por los niños, que puede resultar en descuidar al esposo. Los niños necesitan de sus cuidados, pero Juan también necesita de usted.
Si desea que su esposo ame a su madre y padre de usted, cuídese, señora mía, de recibir siempre con cariño y agrado a la familia y parientes de él.
Hay que tener presente que el hogar es más que un abrigo, más que un museo, o un almacén de muebles y trajes lujosos, es el depósito de goces o penas, es el refugio para la familia lejos del mundo indiferente.
Dos personas se han elegido para compañeros de la vida, y ambos han formado un hogar. Ahora, repito a ambos, si desean felicidad completa en esta tan estrecha y sagrada unión, eviten la primera querella, pues si no hay nunca un primer disgusto, tampoco habrá un segundo. Si hubiere un desagrado, jamás guardar resentimiento, pues la vida es demasiado incierta y aún para los más felices no faltan dolores imprevistos para que los esposos se separen encolerizados. En el matrimonio debe haber siempre indulgencia y perdón.
Espero que mis lectores tengan paciencia y den oído a estos consejos que son inspirados únicamente en mis buenos deseos, para la felicidad de muchos y evitar lo que he presenciado en matrimonios cuya felicidad he visto naufragar por pequeñeces que aconsejo evitar.
Onix
Revista Familia
1911
Carola Moya

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