miércoles, 23 de mayo de 2007

Atrapan al brujo de Valparaíso

El Atila de la calle Retamo cayó en sus propias redes, en una trampa de la cual sirvió como carnada una señora que le fué a consultar sobre amores de su hija con un mancebo.

Sucesos, 9 de octubre de 1930

De vez en cuando suelen aparecer en diversas ciudades individuos a los cuales la policía persigue y hace encarcelar por ejercer la profesión de brujos y curanderos.
Pero no son esos individuos los que debieran sufrir castigos, sino los tontos que llegan hasta ellos, con grandes tragaderas para creer cuánto les dicen esos embaucadores que se exhiben como inteligentísimos psicólogos que desde lejos sienten el olor a tonto y... lo aprovechan.
En una casa de la calle Retamo, de Valparaíso, residía Sabino Atila, individuo boliviano, vendedor de yerbas, que se dedicaba clandestinamente a la venta de remedios y a la explotación de la credulidad de los bienaventurados, que andan siempre detrás de que alguien les proporcione un bocado para sus inmensas tragaderas.
El boliviano Atila facilitaba verdaderos brebajes a sus clientes, brebajes en los cuales entraban en preparación substancias que no es posible mencionar en estas páginas.
Y su gran clientela estaba formada de niñas de colegio o de muchachas locas que andan buscando por todas partes, recetas para el amor.
Era una clientela formada en su mayor parte por esa muchachada que es la clientela obligada, también, del músico callejero que va con un caturro que saca papelitos para la suerte.
Más o menos esa misma otra clientela de los jitanos que se presta fervorosamente al examen de las líneas de las manos, para predecir el porvenir.
El Atila de la calle Retamo cayó en sus propias redes, en una trampa de la cual sirvió como carnada una señora que le fué a consultar sobre amores de su hija con un mancebo.
Los agentes penetraron a la casa sobre seguro y Atila fué cogido sin perros y llevado a la sección de Investigaciones, donde confesó sus artimañas para engañar a los incontables tontos de capirote que tenía por clientes asiduos y protagosnistas de sus hazañas.
Atila trabajaba con yerbas, no como el otro Atila del cual se dice que donde su caballo ponía la pata, no salía hierba.
Aquel viejo Atila tuvo mala pata en sus caballos y este otro la ha tenido en su inocente clientela.

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