miércoles, 23 de mayo de 2007

Eusebio Lillo al desnudo




El autor de la Canción Nacional reconoció que no quería escribir el himno patrio, porque pensaba que no se debía cambiar. "Comencé por esto a escribirla sin ganas y esto se nota en la primera estrofa, que es la peor de todas" manifestó Lillo.


- Supongo que ustedes me buscan a mí -dijo con una voz musical y entera- en esta casa no vivo sino yo...
Era don Eusebio Lillo. Un caballero que bien podia vestir el frac de los románticos, alto de cuerpo, de cabeza llena de vigor, echada atras en ademan de algo altivo; pero con la mas franca y amable mirada de anciano.
Fuimos introducidos a un ámplio salon, al cual se colaba por la abierta ventana un rayo de sol en cuya faja luminosa bailaban su sarabande las pelusas y el polvo levantado en la alfombra. Un viejo salon de esos que hemos visto visitando a los abuelos los domingos en la tarde.
Ningun mueble frájil, ningun bibelot moderno, ningun candelero con contorsiones enfermizas, ninguna estátua de celuloide o de papel maché...Algunos grandes cuadros antiguos de escuela italiana, varios sillones mullidos con los brazos abiertos en hospitalaria actitud y un silencio de abadia, mejor dicho de sacristia.
Alargamos una carta de introduccion. El señor Lillo la llevó a sus ojos, con un lijero temblor en el pulso, y despues de leerla, nos quedó interrogando con la mirada. Seguramente rejistraba sus recuerdos y torturaba la memoria para tratar de saber qué podia llevarnos a su asilo.
La esplicacion fué larga. Se trataba de entrevistarlo. Se hizo repetir la palabra. Apenas abarcó nuestro proyecto estendió la mano para detener un peligro inmediato.

- Caballeros, nos dijo, mi casa toda entera es de ustedes. Mis libros, mis cuadros, mis papeles son para ustedes. Alejen mi persona, si no hubiera pasado los setenta años no seria una curiosidad como parezco ser ahora para ustedes. Yo he muerto, entiéndanlo bien, he muerto. Deseo que todos me olviden y no deseo poner gran esfuerzo en esto, porque realmente me han olvidado...Deseo que me olviden ... hasta las mujeres caballeros!. Mi casa está sola, yo sólo vivo en ella, y mis pasos suenan sin eco en el jardin. Pueden venir a toda hora, en todo momento; pero no a ocuparse de mi".
Y tomando calor prosiguió:
- ¿Por qué no hablan de Diego Barros, cuya personalidad se impone como un astro de primera magnitud?(...) Nadie lo recuerda, nadie lo rodea, nadie repite su nombre. ¿Por qué no ven a ... (otro anciano distinguido) poeta inspirado, servidor público, hombre de corazon y de espíritu!. Está hoi dia pobre y vive solitario... Esa seria buena obra, santa obra! Pero yo! Me hablan de la Cancion Nacional... Antigua historia
(...)

- Yo no queria escribirla - dijo - pensaba que un Himno Nacional no se debe cambiar. La de Vera era hermosa y representaba el período heróico de nuestra historia. Comencé por esto a escribirla sin ganas y esto se nota en la primera estrofa que es forzada, que no tiene soltura ni movimiento... y buscó en su memoria la estrofa para repetírnosla, como titubeando...
- Ha cesado la lucha sangrienta ... dijimos nosotros.
- Sí, eso es. Yo tengo ya olvidado eso. Conservé el coro de Vera, por supuesto. Y despues de la primera estrofa sentí que la cosa iba mas fácil y mas espontánea. esto se nota mui bien leyendo la cancion. La primera estrofa es la peor de todas.

Talvez estamos quitándole su tiempo...


- ¿Quitarme el tiempo? ¡no, señor! yo soi un ocioso clásico, no tengo nada que hacer y nunca he tenido mucha aficion al trabajo.
- Sí, eso será ahora, pero su juventud fué bastante ajitada por la política.
- ¡Oh! es cierto que durante unos pocos años me ví mezclado en esa clase de emociones. pero fué mui poco y, sobre todo, nunca he sufrido nada, nadie me ha hecho daño, ni me ha molestado.


- Pero a usted los desterraron el año 50...


- Sí, en el mes de noviembre de ese año el gobierno me relegó a Chiloé, es decir que me mandaron a veranear a esa isla donde habia entonces una temperatura deliciosa. me ordenaron residir en castro, donde me trataron mui bien y pasé mui agradablemente. recuerdo que tomé una casa en la plaza de Castro, pagando cuatro pesos al mes por el arriendo. Imajínense ustedes lo que era el costo de la vida entonces en aquella ciudad: despues me dijeron los vecinos que me habian hecho leso, que esa casa solo valia veinte reales. Los chilotes eran entonces jente mui buena, hospitalaria y aun los pobres tenian ciertos hábitos de limpieza y de órden en el arreglo de sus habitaciones. volví a Santiago a principios de abril del 51, precisamente a tiempo para verme mezclado en el movimiento revolucionario del 20 de ese mes. Entonces la cosa se puso un poco mas séria y como supe que el Gobierno tenia intenciones de echarme la mano encima, anduve por ahí a salto de mata y logré embarcarme para el Perú en un bergantin donde hice una navegacion malísima, sufriendo mucho a bordo. Fuí condenado a muerte y esto me obligó a permanecer algun tiempo fuera del pais. Despues puede decirse que no me he mezclado en la política.


- ¿Y el Ministerio Lillo de Balmaceda?


- Ah! eso fué una salida que hice obligado por el Presidente a quien yo debia amistad y que me pidió con mucha insistencia que lo acompañara en aquel momento. pero yo no iba allí a hacer política, como que no tenia ninguna significacion en ese campo. se trataba de servir al pais y a un amigo por unos pocos meses.
Llegaba el momento de despedirnos. Las horas habian pasado sin sentirlas bajo el encanto de la conversacion de aquel hombre lleno de los recuerdos del que ha vivido mucho, y que no ha perdido la frescura de los que comienzan a vivir.

Era una conversacion imposible de reproducir, nerviosa, variada, salpicada de chistes, con la voz musical y el jesto ámplio, elegante, oratorio del señor Lillo.
Con esa hospitalidad llana y verdaderamente señorial que recuerda otros tiempos, todavia al salir y despues de habernos abrumado con sus atenciones, nos pedia escusas y nos hablaba de la soledad de su hogar.
- Tienen mucho que disculpar. en esta casa no hai mujer y hace mucha falta. Se necesita una mujer para que pase su mano sobre todos los detalles y haga agradable el hogar. Pero ya saben ustedes que esta casa les pertenece. Vuelvan cuando quieran, me darán un verdadero placer. Les repito que a mí no se me quita el tiempo. Tengo un gusto mui grande....
Y en el mismo zaguan donde nos habia recibido, allí nos despidió; y alejándonos por la calle solitaria, donde la primavera está haciendo crecer la hierba entre las piedras, veíamos todavia la silueta del ilustre escritor, de pié en su puerta, conversando con un viejo amigo que en esos momentos lo visitaba, con su espléndida cabeza bañada de sol y en la cual bajo las canas hai tanta juventud y tanta bondad.
* Hasta 1847 la Canción Nacional se cantó con los versos de Vera y Pintado, ese año sin embargo, la colonia española residente en Chile nombró una comisión para que se acercara al Ministro del Interior y le suplicara el cambio de aquellos versos demasiado ultrajantes para España. Al Ministro le pareció justo el reclamo y accediendo a la solicitud encargó a don Eusebio Lillo, oficial auxiliar a la sasón en ese mismo ministerio, que escribiera otras estrofas que correspondieran a la situación tan deferente en que nos encontrabamos respecto de la Madre Patria.

Consuelo Fontecilla

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gusta mucho esta entrevista. Además de la gran frase de Eusebio Lillo que aparece en la bajada, su pesonaje es muy atrayente y la contextualización está muy bien escrita.